23 de marzo de 2009

Mi visión sobre los retos que tenemos como país

El proceso de globalización económica, de progreso científico tecnológico, la creciente internacionalización de la vida social, la amenaza al ambiente, la escasez crónica, la desigual distribución de la riqueza, la inseguridad ciudadana, la exclusión de amplios grupos del progreso económico son los retos que enfrenta la Nación costarricense.

La escasa participación de la sociedad civil en los partidos políticos, lo mismo que la debilidad, ineficiencia y la descomposición del aparato estatal, se vuelven en una paulatina apatía de los habitantes del país por los asuntos públicos y en un peligroso sentimiento de frustración hacia los fines y medio de la democracia.

La colectividad política debe ser garante de la libertad y la dignidad de todos. Debe ser la fuente del desarrollo personal buscando el establecimiento de iguales oportunidades para todos.

La igualdad de derechos y deberes, en el marco del respeto a la diversidad humana, debe ser el fundamento para el desarrollo de las capacidades, los intereses y la creatividad individuales; y de ahí, el desarrollo nacional.

Creo que la libertad trae consigo la obligación de poner los talentos personales al servicio de la colectividad, así como de buscar permanentemente la aplicación de los valores de justicia, igualdad y solidaridad, en las relaciones con los demás.

El desarrollo al que aspiramos como nación, solo podrá ser alcanzado en un régimen democrático, caracterizado por un posibilidad de acceso igual para todos, con niveles de gestión, organización, participación y calidad de vida que configuren el Bien Común.

El objetivo final de la economía es la satisfacción de las necesidades de las personas y su calidad de vida. La producción de bienes constituye un medio para la satisfacción óptima de las necesidades y niveles crecientes de calidad de vida;no es un fin en sí misma.

Para conjurar el aumento en el costo de la vida, que empobrece a la población y disminuye su calidad de vida, ha de promoverse el crecimiento y la eficiencia de las empresas, especialmente de las medianas y pequeñas, y con ello, generar empleo y aumentar los salarios reales. En esa misma línea, el mercado es la forma de organización de la economía que corresponde a la democracia en libertad y al Estado Social de Derecho. Libre mercado y un Estado con un rol social; un "Estado subsidiario", sin llegar a degenerar en Estado de Bienestar es lo que se debe buscar.

El mercado es un mecanismo de carácter meramente económico, donde se enfrentan las fuerzas de la oferta y la demanda. Por medio de esa coordinación, para la que se utilizan los precios, lo que se pretende conseguir es eficiencia económica y equidad en los procesos de interacción entre los diferentes sectores de la economía de cualquier nación.

Los mercados, libres de interferencias estatales y de monopolios, han probado dirigir de la mejor manera la oferta y la demanda, porque permiten que la producción se guíe por los deseos de las personas.

Los ciudadanos, y suplementariamente el Estado, debemos asegurarnos de que, en el proceso de obtención de la justicia económica, se logre también la justicia social.

Asimismo, se deben tomar las medidas necesarias para que el crecimiento económico que se alcance, llegue a todos los sectores equitativamente.

Objeto la suposición de que por la sola inercia o el “fluir” del sistema económico, todos los ciudadanos van a participar y beneficiarse, automática, efectiva y equitativamente del crecimiento económico. Por eso sigo creyendo en La Economía Social de Mercado ,que parte de la premisa de que la libre interacción de los agentes económicos, en un marco de competencia y racionalidad, lleva a establecer condiciones mutuamente beneficiosas para las partes.

La “doctrina” de la Economía Social de Mercado sostiene que el sistema económico más eficiente y que genera mayores niveles de riqueza es la economía de libre mercado, pero para que esta funcione bien, necesita mantener un alto nivel de competitividad, de tal manera que toda la sociedad resulte beneficiada del libre comercio; para cumplir con ese objetivo, el Estado debe tener una activa política contra los monopolios y oligopolios, ya que esas deficiencias del mercado atentan contra la economía libre, y por ende contra el bienestar y la estabilidad social.

5 de marzo de 2009

Sobre la importancia de la ideología

De forma general, ideología (del griego “idea”, y “–logía”) significa el estudio de las ideas, es decir, su origen, desarrollo y aplicación. Como definición amplia, podemos entender la ideología como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de un individuo, una sociedad, una época, un movimiento cultural, religioso o político.

Uno de los errores mas frecuentes, en la actualidad, en las sociedades occidentales es, a mi juicio, la negación de la ideología, es decir la inactividad para efectuar un debate entre ideas.

Los totalitarismos de la historia se han caracterizado por la negación a la sana batalla de las ideas. De igual modo, todas las tiranías de la historia y todos los grandes criminales y dictadores, temieron el debate ideológico y lo cercenaron a fin de forzar su propio dictado a fuerza.

El sostenimiento de la Libertad necesita forzosamente del debate ideológico.

En la vida pública, los representantes políticos que en democracia niegan la importancia de la ideología traicionan no sólo a los ciudadanos que los votan, sino a la raíz y al concepto mismo de la función política. Aún así la palabra “ideología” referida al ámbito particular de la política ha venido adquiriendo incomprensiblemente implicaciones negativas.

Tanto es así que aunque en lengua española un “ideólogo” hace referencia a la persona que profesa una ideología concreta o a un estudioso de ella, también “ideólogo” tiene en español la acepción de “persona que, entregada a una ideología, desatiende la realidad”, o bien “persona ilusa, soñadora, utópica”, acepciones todas recogidas en el Diccionario de la RAE.

En la confusión y mezcla ideológica que reina en buena parte de la gente hace falta organizar un debate en el terreno de las propuestas y proyectos, es decir, que falta plantear con nitidez en qué consiste la ideología que cada individuo o cada grupo político.

La historia vivida desde el inicio del siglo XX ratifica una polarización de las ideas y de los modos de entender el mundo. Frente al permanente intento de desacreditar la ideología, sea cual sea su posición es cada vez más clara necesidad de acudir a la ideología como termómetro real de las propuestas políticas. Una ideología, que coteje la importancia de poder defender pacíficamente las ideas.

Hablando claro, sin rodeos y sin medias tintas con ideología, el ciudadano logra entender cuáles son las propuestas de unos y de otros y así decidir cuál es la que más le interesa.

En mi caso particular, con mi posición ideológica clara y definida, el ideario liberal-conservador ha ganado la batalla de las ideas. Pero ese no es el tema que nos ocupa.
Esta des-acreditación de la ideología, sea cual sea es, a mi juicio, el combustible que enciende la llama de la apatía existente respecto a la política y a los partidos políticos.
Ante esta apatía por la política y por los partidos, la respuesta que emana de las cúpulas partidarias, es predicar la necesidad de los partidos políticos para los procesos democráticos; en lugar de plasmar y establecer una ideología clara. Esto, mientras el descontento ciudadano con el accionar político sin ideología crece, y se canaliza mediante el repudio a los partidos políticos.
Esta situación, repetida hasta la saturación cada vez que se cita “la crisis de los partidos políticos”, tiene dos causas fundamentales:
1. Los partidos políticos de hoy en día no tienen claridad respecto de lo que piensan. Los partidos políticos guían su accionar no por criterios ideológicos aplicados, sino sólo por criterios electoralistas de corto plazo, obedientes a la agenda puesta, en muchos casos por los medios de comunicación. No existe una conciencia de defender un plan, ni de trabajar en proyectos que no tengan que ver con campañas políticas, mucho menos de trabajar por la gente sin esperar recompensa.
2. Los partidos no tienen claridad alguna del rol que les corresponde dentro de una sociedad democrática. Básicamente, los partidos políticos no entienden que su rol primordial, si son demócratas, no es acaparar el poder sumando la máxima cantidad posible de gente, sino operar cambios en la sociedad mediante el uso del poder que permitan la ejecución del programa que emana de su ideología.

Cuando una persona, con sueños e intereses, es colocada, por “x” o “y” circunstancia en una reunión política partidista, recibe, en vez de un discurso coherente de sueños e intereses con los cuales identificarse e involucrarse; un discurso de cómo se debe sumar más gente, de cómo se deben ganar elecciones, y de la importancia de ello para lograr un cambio, cambio del cual nunca se sabe a ciencia cierta su naturaleza.
Eso desilusiona a la persona, y la esta haciendo virar a movimientos sociales, los cuales, a diferencia de los partidos políticos, no tienen por que tener una base sustantiva de ideología, estando sólo constituidos sobre la base de la solución de un problema concreto compartido entre sus integrantes.

Esto trae, a su vez, dos corolarios:
1. El viraje de los partidos políticos desde la proposición de cambios basados en su ideología al proponer soluciones a problemas concretos que el partido cree, afectarán a la gente, buscando representarla.
2. La asunción, por parte de los movimientos sociales, de posturas cada vez más ideologizadas, en aras de conquistar espacios de poder reservados a los partidos políticos.
Esto trae la degradación de la política y su sustitución por el populismo, están comprobados los efectos negativos que trae esto sobre la gobernabilidad a corto plazo y la institucionalidad al largo.

Sobre este tema, ya en 1994, Norberto Bobbio, el destacado autor y politólogo italiano razonaba sobre si ¿Existen aún la izquierda y la derecha? Entendiendo estas como la ideología que representan.

Bobbio indica que lo que le impulsó a escribir su libro, que por cierto lleva por titulo esa misma pregunta: ¿Existen aún la izquierda y la derecha?; fue la constatación de que en el curso de los últimos años venga diciéndose repetidamente que la distinción entre derecha e izquierda carece ya de todo sentido y que no pasa de ser hoy sólo una de las “muchas trampas lingüísticas en las que cae el debate político”.

A la hora de pasar revista a las causas que podrían explicar la creencia de que llegó a su fin, una manera de hablar en política que nació hace 200 años en la Revolución Francesa y que desde entonces sirvió para dividir el universo político, Bobbio menciona en primer lugar, que la tan proclamada “crisis” o “fin” de las ideologías, bien podría ser sólo una ideología más que se empecina en decretar el fin de las mismas.

Sin perjuicio de lo anterior, Bobbio advierte igualmente que las expresiones “izquierda” y “derecha” no se refieren sólo a determinados cuerpos de ideas en materias políticas, sino también a “intereses y valoraciones sobre la dirección que habría que dar a la sociedad” y que es lo que busca, al final de cuentas una determinada ideología.