23 de enero de 2012

El mito de la diosa Fortuna

Una de las cosas buenas de ser uno de los cinco millones de desempleados que vivimos en este momento en España (aunque seas uno como yo, que decidió regresar  a España en plena crisis con un puesto de trabajo seguro, que prometía una retribución que daba tranquilidad y que estando aquí te llevaste la sorpresa que existe algo que se llama “condiciones  laborales de crisis” y: o aceptabas trabajar al margen de la legalidad sin contrato  ni garantías o te ibas y que por lo tanto aunque lo hayas aceptado y soportado hasta donde fue posible, pero al inevitablemente quedar en paro no tengas derecho a cobrar el auxilio para tiempos de desempleo y te quedes de buenas a primeras sin ingresos y por ello la situación económica se te vuelva a veces gris y desalentadora), es que puedes alternar el que debe ser tu nuevo trabajo a tiempo completo de “colocador currículos y llenador solicitudes on line”, con otras actividades que de manera más inmediata y sin estar condicionada al comportamiento de la prima de riesgo o si hay o no reforma laboral te dan satisfacción: como la lectura. 


 Con trabajo, en horarios de ocho a diez horas al día, resulta  un lujo disponible para muy pocos sacar un rato para leer con paz y tranquilidad, y me refiero a una lectura con capacidad de entender lo que lees y con posibilidad de sumergirte en las páginas de tu libro, en un sillón cómodo y no el vagón del tren o el metro con el agobio de las carreras y las habituales tardanzas de la mañana o el cansancio de una dura jornada.
Y si además tienes la buena suerte como yo, de ser un desempleado en Madrid, tendrás a tu disposición creo que unas 16 o 17 bibliotecas con, según los datos oficiales del ayuntamiento, más de 1.249.916 libros a tu entera disposición y de manera GRATUITA…
Así, con Sir Arthur Conan Doyle redescubrí un “Las aventuras de  Sherlock Homes”, siempre adicto y adictivo, incombustible y perspicaz, también por ejemplo, he releído varios libros en estos días de paro y desempleo, en plena crisis, mientras espero que haya una reforma laboral pactada entre sindicatos y patronal para que la contratación se reactive y se creen muchas plazas de trabajo, mientras me veo pidiendo a Dios que los amigos de mis amigos, que tienen posibilidades de ocupar a un aprendiz de político con pensamientos liberales de derecha y un amplio conocimiento y contactos políticos y empresariales en el área centroamericana, o que  decidan revisar su mail y dignarse a responder mis candidaturas, y he redescubierto volúmenes de Duverger o Samuel P Huntington que había mal leído en la época de estudiante universitario de ciencias políticas en la UCR y que al salir de Costa Rica deje la biblioteca de la casa de mis padres; leí Política para Amador, que como toda segunda parte no estuvo tan bueno como el original “Ética para Amador de Fernando Savater; me termine uno que había dejado inconcluso hace seis años, una biografía de Margaret Tatcher, del que me acordé con motivo del estreno de la película protagonizada por Meryl Streep,
He ahondado y entrado con más detalle en el mundo de  El Secreto  y sus mil quinientos autores y “maestros”, que a partir del éxito de libro de Rhonda Byrne han querido dar su particular colaboración sobre el poder de la mente, los pensamientos y como lo semejante atrae lo semejante.
Leí por primera vez a Jaime Balmes un filósofo, teólogo, sociólogo y tratadista español, cercano a la doctrina de santo Tomás de Aquino, en un libro interesantísimo: “El Criterio”; ojee la autobiografía de Bill Clinton y “Pensamientos” de Blaise Pascal, así como “El origen de la especies” de Darwing, y  hoy; por azar o por suerte, en mi particular “lunes al sol” o mejor dicho “lunes en la biblioteca” leí de un tirón en un par de horas un libro genial y divertido de Jorge Bucay “El mito de la diosa Fortuna” del año 2006, de RBA Libros.
La propuesta de Jorge Bucay en este libro es la necesidad de abandonar el pesimismo porque este sentimiento aleja a la fortuna.
Jorge Bucay investigó historias y teorías sobre la suerte, y encontró  que la suerte sí que existe, nos afecta y hace el autor, en mi muy personal opinión, una excelente motivación para convencernos de que podemos incidir en la suerte para conseguir buenos o malos resultados. Me puso Bucay  a re pensar en que se necesita de la participación de las personas para favorecerse a sí mismas.
De acuerdo a Bucay, hay estadísticas que demuestran que la gente optimista tiene suerte, según él una mirada positiva sobre la vida aumenta la probabilidad de que, si haces las cosas bien, los resultados sean buenos. Tener una mirada pesimista de lo que sigue  nos carga y condiciona. Dice y yo le creo, que  las personas pesimistas normalmente tienen características muy particulares: son desagradecidas, no son generosas, son mezquinas, están llenas de rencores, no pueden terminar con el pasado, viven echándole la culpa a todos los demás de lo que les pasa, no se comprometen y no se abren al amor con los demás. Esas, insiste Bucay, de todos los fracasados del mundo.
Hay que conectarse con lo mejor de uno, hacer una apuesta positiva de la vida y darse cuenta que si las cosas hoy no funcionan como nos gustaría en cualquier aspecto de la vida, la postura no es creer que todo va a estar bien mágicamente y de un día para otro, sino creer que hay cosas que podemos hacer nosotros mismos para hacer que estén bien, y para esto hay que trabajar. La suerte influye en nuestras vidas, y con entretenidos y buenos ejemplos Bucay lo expone a lo largo del libro; pero también deja claro que la suerte no nos determina.
Aceptar la responsabilidad que nos toca en cada uno de nuestros fracasos y que nuestra acción es determinante e imprescindible para cualquier logro, valorando nuestras limitaciones y la imprevisibilidad de algunos hechos por los que nunca podremos garantizar totalmente un resultado, esa nuestra Suerte.
Incluye el libro  un cd con la voz de Bucay que narra la fábula de la diosa Fortuna; palabras más, palabras menos, en diez minutos de audio cuenta Bucay que:
“Zeus, el manda más del Olympo, era un poco promiscuo. De uno de sus amores extramaritales nació una hija a la que llamo Fortuna. Fortuna se convirtió en la preferida de Zeus. Pero los Celso y las intrigas de la mujer y los hijos de Zeus intentaron alejar a Fortuna del Olympo. Entonces, Zeus decidió armar un plan para tener a Fortuna siempre cerca. Y le pidió a Mercurio que le enseñara a correr. Mercurio le enseñó a correr hasta que, ya adolescente, Fortuna corría más rápido que cualquier humano, e incluso, más rápido que el mismo Mercurio. Y al dios Demetér le pidió que le enseñara todo sobre la cosecha y los árboles frutales. Fue ahí cuando Zeus armó su plan para que Hera, su mujer no logrará desterrar a Fortuna.
 El plan era este: hizo que el néctar y ambrosía, sustancias que mantenían a los dioses jóvenes, sanos e inmortales, fueran destilados de cada fruto que aparecía cada mañana. Pero también hizo que los rayos del sol deterioraran los frutos para que ningún humano pudiera consumirlos. Así, hacía falta alguien que recogiera los frutos antes que fueran dañados por los rayos solares. Esta tarea requería de una persona muy rápida y que conociera los secretos de cada planta arbusto y flor. ¡Qué mejor que Fortuna!. Fortuna se hizo cargo de este deber. Cada mañana, antes de que el sol asomara, Fortuna recorría, rápidamente y a toda velocidad, toda la tierra recogiendo los frutos antes de que fueran dañados por el sol.
Si uno atrapaba a la diosa Fortuna en ese camino, los dioses se asustaban tanto, temerosos de perder su alimento, que para lograr su liberación concedían todos los deseos que se quisieran. Pero atrapar a la diosa Fortuna no era fácil. En principio porque la diosa Fortuna era muy veloz. Segundo porque tenía un capricho muy extraño: odiaba que su pie pisara dos veces su huella. Por eso, jamás pasaba dos veces por el mismo lugar. Así que si uno quiere atrapar a la diosa Fortuna, debe considerar que:
Es imposible atrapar a la diosa fortuna persiguiéndola. Hay que verla venir. Porque si uno quiere seguirla desde atrás, jamás la alcanza porque corre más rápido que nadie. Hay que verla venir.
Además, hay que estar alerta, porque si pasa a tu lado y no estás alerta y te perdiste el momento de atraparla, estás listo. Y cuidado con quedarte parado en el mismo lugar esperándola… porque la diosa Fortuna odia poner el pié sobre su huella, y si ya pasó por aquí, jamás volverá a pasar….”