20 de enero de 2009

Análisis del Discurso de investidura del Presidente Obama

Este breve análisis se hace de una traducción, por lo que puede ser que se pierda algún contenido, pero algunos datos interesantes:

· Las palabras: crisis, seguridad, paz, economía, confianza, prosperidad, libertad, esperanza se utilizan tres veces cada una.
· guerra dos veces

· Sacrificio se usa una vez

· Cambio (Change) que fue su muletilla slogan de campaña NO se usa.

· Como una solución a la crisis económica plantea:"...la presente crisis nos ha recordado que, sin un ojo que lo vigile, el mercado puede descontrolarse, y que una nación no puede prosperar por mucho tiempo amparando únicamente a los favorecidos..."

· En cuanto a cooperación y relaciones internacionales son claras las referencias a Irán, Cuba y a las naciones pobres de África:
* Iran:"Con viejos amigos y antiguos enemigos, trabajaremos sin descansopara disminuir la amenaza nuclear"..."A esos líderes que hay por todoel mundo que pretenden sembrar el conflicto o culpar a Occidente delos males de sus sociedades, sabed que vuestro pueblo os juzgará por lo que podáis construir, no por lo que destruyáis"
* Cuba: "A aquellos que se aferran al poder mediante la corrupción y elengaño y el silenciamiento de la disensión, sabed que estáis en ellado equivocado de la historia, pero que os echaremos una mano siestáis dispuestos a aflojar el puño."
* Africa:"A la gente de las naciones pobres, nos comprometemos a trabajar con vosotros para hacer que vuestras granjas prosperen y permitir que fluya el agua limpia; para nutrir los cuerpos que se mueren de inanición y alimentar las mentes hambrientas"
* A Europa, China y Países desarrollados su mensaje fue:"Y a aquellas naciones como la nuestra que disfrutan de una relativa abundancia, les decimos que no podemos seguir permitiéndonos la indiferencia hacia el sufrimiento fuera de nuestras fronteras; y que tampoco podemos agotar los recursos mundiales sin tener en cuenta el efecto. Porque el mundo ha cambiado, y debemos cambiar con él"

· No hablo de Guantánamo

· Si menciono a Irak y Afganistan:". Empezaremos a dejar responsablemente Irak a su pueblo, y a forjar una paz duramente ganada en Afganistán"

Textos de los discursos:
ESPAÑOL:
Queridos conciudadanos:
He venido hoy aquí con una actitud modesta frente a la labor que tenemos por delante, agradecido por la confianza que habéis depositado en mí y consciente de los sacrificios que hicieron nuestros antepasados. Quiero dar las gracias al presidente Bush por su servicio a nuestra nación, así como por la generosidad y la cooperación de las que ha hecho gala a lo largo de esta transición.
Cuarenta y cuatro estadounidenses han jurado ya la presidencia. Estas palabras se han pronunciado con vientos favorables de prosperidad y mares de paz en calma. No obstante, de vez en cuando este juramento se ha prestado entre nubes de tormenta y tempestades embravecidas. En esos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante no sólo por la habilidad o las ideas de los que estaban en la presidencia, sino porque Nosotros, El Pueblo, nos hemos mantenido fieles a los ideales de nuestros ancestros y a nuestros documentos fundacionales.
Así ha sido y así ha de ser con esta generación de estadounidenses.
Ya ha quedado claro que estamos en medio de una crisis. Nuestra nación está en guerra contra una red de violencia y de odio muy extendida. Nuestra economía está muy debilitada, como consecuencia de la avaricia y de la irresponsabilidad de algunos, pero también de nuestro fracaso colectivo por no haber tomado decisiones difíciles ni preparado al país para una nueva era. Hay gente que ha perdido su casa; empleos que han desaparecido; negocios que se han ido a pique. Nuestra atención médica es demasiado cara; nuestros colegios han fallado a demasiados; y cada día hay más pruebas de que las formas que tenemos de utilizar la energía fortalecen a nuestros adversarios y amenazan a nuestro planeta.
Éstos son indicadores de la crisis, sujetos a datos y a estadísticas. Menos mensurable, pero no menos profunda, es la pérdida de confianza que está viviendo nuestro país: un miedo acuciante a que el declive de Estados Unidos sea inevitable y de que la próxima generación tenga que reducir sus expectativas.
Hoy os digo que los retos a los que nos enfrentamos son reales. Son graves y son muchos. No los vamos a poder superar fácilmente ni en un corto periodo de tiempo. Pero quiero que Estados Unidos sepa algo: vamos a superarlos.
En este día nos reunimos porque hemos elegido la esperanza por encima del miedo, la unidad de propósito por encima del conflicto y la discordia.
En este día queremos proclamar el fin de los agravios insignificantes y de las falsas promesas, de las recriminaciones y de los dogmas anticuados, que llevan demasiado tiempo estrangulando nuestra política.
Seguimos siendo una nación joven, pero como dicen las Escrituras, ha llegado la hora de dejar a un lado los infantilismos. Ha llegado la hora de reafirmar nuestro espíritu resistente; de elegir nuestra mejor historia; de impulsar ese preciado don, esa noble idea, que ha ido pasando de generación en generación: la promesa hecha por Dios de que todos somos iguales, de que todos somos libres y de que todos nos merecemos la oportunidad de perseguir al máximo nuestra felicidad.
Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, comprendemos que la grandeza nunca es algo regalado. Hay que ganársela. Nuestro viaje nunca se ha caracterizado por los atajos o por el conformarnos con poco. No ha sido un camino para pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo o los que buscan sólo los placeres de las riquezas y de la fama. Han sido más bien los que corren riesgos, los emprendedores, los que hacen cosas - algunos alabados por ello, pero la mayoría de las veces hombres y mujeres cuya labor ha pasado desapercibida – lo que nos han guiado por el largo y arduo camino hacia la prosperidad y la libertad.
Por nosotros se echaron al hombro sus pocas posesiones terrenales y surcaron océanos en busca de una nueva vida.
Por nosotros trabajaron en fábricas donde se explotaba a los trabajadores y poblaron Occidente, aguantaron el azote de los látigos y araron la dura tierra.
Por nosotros combatieron y murieron, en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn.
Una y otra vez, estos hombres y mujeres se esforzaron y se sacrificaron y trabajaron hasta despellejarse las manos para que nosotros pudiéramos tener una vida mejor. Para ellos Estados Unidos era mayor que la suma de nuestras ambiciones individuales; mayor que todas las diferencias de nacimiento o de riqueza o de ideología.
Es un viaje que proseguimos hoy. Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó la crisis. Nuestras mentes no son menos inventivas, nuestras mercancías y nuestros servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad sigue intacta. Pero el tiempo de adherirnos firmemente a nuestras creencias, de proteger intereses limitados y de retrasar las decisiones desagradables, ese tiempo ciertamente ha pasado. A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo, y reanudar el trabajo de rehacer Estados Unidos.
Porque miremos adonde miremos, hay trabajo por hacer. La situación de la economía exige acción, audaz y rápida, y actuaremos; no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino también para establecer nuevas bases para el crecimiento. Construiremos carreteras y puentes, redes eléctricas y líneas digitales, que alimentarán nuestro comercio y nos mantendrán unidos. Devolveremos la ciencia al lugar que le corresponde, y aprovecharemos las maravillas tecnológicas para aumentar la calidad de la atención sanitaria y reducir su coste. Aprovecharemos el sol, los vientos y el suelo para impulsar nuestros coches y poner en funcionamiento nuestras fábricas. Y transformaremos nuestros colegios, institutos y universidades para que cubran las necesidades de una nueva era. Todo esto podemos hacerlo. Y lo haremos.
Ahora bien, hay quienes cuestionan la escala de nuestras ambiciones, que insinúan que nuestro sistema no soportará demasiados planes grandiosos. Tienen poca memoria. Porque han olvidado lo que este país ya ha hecho; lo que los hombres y las mujeres libres pueden conseguir cuando la imaginación se une al propósito común, y la necesidad a la valentía.
Lo que los escépticos no entienden es que el terreno que pisan ha cambiado; que las discusiones políticas trasnochadas que durante tanto tiempo nos han consumido ya no son válidas. La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro Gobierno es demasiado grande o demasiado pequeño, sino si funciona; si ayuda a las familias a encontrar trabajos con un sueldo decente, atención sanitaria que puedan pagar, una jubilación digna. Allí donde la respuesta sea sí, nuestra intención es avanzar. Cuando la respuesta sea no, los programas cesarán. Y quienes administramos los dólares de los ciudadanos deberemos rendir cuentas – gastar con prudencia, reformar los malos hábitos, y hacer nuestros trabajo a la luz del día – porque sólo entonces podremos restaurar la confianza vital entre los ciudadanos y su Gobierno.
La cuestión tampoco es si el mercado es una fuerza para bien o para mal. Aunque su poder para generar riqueza y aumentar la libertad es incomparable, la presente crisis nos ha recordado que, sin un ojo que lo vigile, el mercado puede descontrolarse, y que una nación no puede prosperar por mucho tiempo amparando únicamente a los favorecidos. El éxito de nuestra economía siempre ha dependido no sólo del tamaño de nuestro Producto Interior Bruto, sino también del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra habilidad para ofrecer oportunidades a toda persona dispuesta, no por caridad, sino porque es el camino más seguro para lograr el bien común.
En cuanto a la defensa común, rechazamos por su falsedad el hecho de que tengamos que elegir entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros Padres Fundadores, enfrentados a peligros que a duras penas alcanzamos a imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos del hombre, una carta alargada con la sangre de generaciones. Esos ideales siguen iluminando el mundo y, por nuestro propio bien, no renunciaremos a ellos. Por eso les digo a todos los pueblos y gobiernos que hoy tienen la mirada puesta en nosotros, desde las grandes capitales hasta el pequeño pueblo que vio nacer a mi padre: sabed que Estados Unidos es amigo de toda nación y de todo hombre, mujer y niño que busque un futuro de paz y dignidad, y que estamos dispuestos a tomar la iniciativa una vez más.
Recordad que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y al comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y convicciones imperecederas. Entendieron que nuestro poder no puede protegernos por sí solo, y que tampoco nos autoriza a hacer lo que nos plazca. Por el contrario, sabían que nuestro poder crece cuando se usa de forma prudente; nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, las cualidades moderadoras de la humildad y la moderación.
Somos los guardianes de este legado. Guiados por esos principios una vez más, podemos responder a las nuevas amenazas que exigen incluso un mayor esfuerzo, incluso una mayor cooperación y comprensión entre naciones. Empezaremos a dejar responsablemente Irak a su pueblo, y a forjar una paz duramente ganada en Afganistán. Con viejos amigos y antiguos enemigos, trabajaremos sin descanso para disminuir la amenaza nuclear y hacer que retroceda el fantasma del calentamiento global. No vamos a disculparnos por nuestra forma de vida ni dudaremos en defenderla, y a aquellos que pretenden alcanzar sus objetivos infundiendo terror y masacrando a inocentes les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y que no puede quebrantarse; que no durarán más que nosotros, y que les derrotaremos.
Porque sabemos que nuestro legado como mosaico de culturas es un punto fuerte, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, de judíos e hindúes, y de no creyentes. Estamos moldeados por todas las lenguas y culturas, sacadas de todos los rincones de esta Tierra; y como hemos probado la amarga bazofia de la guerra civil y de la segregación, y hemos emergido de ese tenebroso capítulo más fuertes y unidos, no podemos evitar creer que los viejos odios pasarán algún día; que las líneas tribales pronto se disolverán; que a medida que el mundo se vuelve más pequeño, nuestra humanidad común se dejará ver; y que Estados Unidos debe desempeñar su papel como guía en una nueva era de paz.
Al mundo musulmán le decimos que buscamos un nuevo camino hacia delante basado en el interés y el respeto mutuos. A esos líderes que hay por todo el mundo que pretenden sembrar el conflicto o culpar a Occidente de los males de sus sociedades, sabed que vuestro pueblo os juzgará por lo que podáis construir, no por lo que destruyáis. A aquellos que se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y el silenciamiento de la disensión, sabed que estáis en el lado equivocado de la historia, pero que os echaremos una mano si estáis dispuestos a aflojar el puño.
A la gente de las naciones pobres, nos comprometemos a trabajar con vosotros para hacer que vuestras granjas prosperen y permitir que fluya el agua limpia; para nutrir los cuerpos que se mueren de inanición y alimentar las mentes hambrientas. Y a aquellas naciones como la nuestra que disfrutan de una relativa abundancia, les decimos que no podemos seguir permitiéndonos la indiferencia hacia el sufrimiento fuera de nuestras fronteras; y que tampoco podemos agotar los recursos mundiales sin tener en cuenta el efecto. Porque el mundo ha cambiado, y debemos cambiar con él.
Al contemplar el camino que se abre ante nosotros, recordamos con humilde gratitud a esos valientes estadounidenses que, en este mismo momento, patrullan por desiertos lejanos y montañas distantes. Tienen algo que decirnos hoy, al igual que los héroes caídos que yacen en Arlington susurran a través de los tiempos. Les honramos no sólo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino porque personifican el espíritu de servicio, una voluntad de encontrar significado en algo más grande que ellos mismos. Y aun así, en este momento un momento que va a definir una generación es precisamente este espíritu el que debe habitar en todos nosotros.
Porque al final, por encima de todo lo que el Gobierno pueda y deba hacer, están la fe y la determinación del pueblo estadounidense, del que depende este país. Es la amabilidad de acoger a un extraño cuando los diques se rompen, la generosidad de los trabajadores que prefieren recortar su jornada antes que ver a un amigo perder su trabajo, lo que nos ilumina en nuestros momentos más oscuros. Es la valentía de un bombero al precipitarse por una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre de alimentar a su hijo, lo que finalmente decide nuestro destino.
Puede que nuestros retos sean nuevos. Puede que los instrumentos con los que nos enfrentarnos a ellos sean nuevos. Pero esos valores de los que depende nuestro éxito – el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo – estas cosas son antiguas. Estas cosas son verdaderas. Han constituido la fuerza silenciosa de nuestro progreso a lo largo de nuestra historia. Por tanto, lo que se requiere es un retorno a estas verdades. Lo que ahora se nos pide es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento por parte de cada estadounidense de que tenemos obligaciones hacia nosotros mismos, nuestro país y el mundo, obligaciones que no aceptamos a regañadientes, sino que asumimos de buena gana, con la seguridad de saber que no hay nada tan satisfactorio para el espíritu, tan determinante de nuestro carácter, como el darlo todo ante una tarea difícil.
Éste es el precio y la promesa de la ciudadanía.
Ésta es la fuente de nuestra confianza, el saber que Dios nos insta a darle forma a un destino incierto.
Éste es el significado de nuestra libertad y de nuestro credo, el motivo por el que hombres y mujeres y niños de todas las razas y todas las creencias pueden unirse en una celebración a lo largo de esta magnífica explanada, y el motivo por el que un hombre cuyo padre tal vez no habría podido trabajar en un restaurante local hace menos de 60 años, puede estar ahora ante ustedes para prestar el más sagrado de los juramentos.
Por tanto, recordemos este día como conmemoración de lo que somos y de lo lejos que hemos llegado. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el más frío de los meses, un pequeño grupo de patriotas se apiñaba en torno a hogueras moribundas a la orilla de un río helado. La capital había sido abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba teñida de sangre. En el momento en que el desenlace de nuestra revolución era más incierto, el padre de nuestra nación ordenó que se leyeran estas palabras a la gente:
“Que se le haga saber al mundo futuro... que en lo más crudo del invierno, cuando nada salvo la esperanza y la virtud podía sobrevivir... que la ciudad y el país, en guardia ante un peligro compartido, avanzaron para encontrarse [con él]”.
Estados Unidos. Frente a nuestros peligros compartidos, en este invierno de penurias, recordemos estas palabras intemporales. Con esperanza y virtud, desafiemos una vez más las corrientes heladas y soportemos cualquier tormenta que venga. Que los hijos de nuestros hijos digan que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a permitir que este viaje terminase, que no nos dimos la vuelta ni titubeamos; y con los ojos fijos en el horizonte y la gracia de Dios acompañándonos, fuimos portadores del gran don de la libertad y se lo entregamos sano y salvo a las generaciones futuras».

INGLES
My fellow citizens:
I stand here today humbled by the task before us, grateful for the trust you have bestowed, mindful of the sacrifices borne by our ancestors. I thank President Bush for his service to our nation, as well as the generosity and cooperation he has shown throughout this transition.
Forty-four Americans have now taken the presidential oath. The words have been spoken during rising tides of prosperity and the still waters of peace. Yet, every so often, the oath is taken amidst gathering clouds and raging storms. At these moments, America has carried on not simply because of the skill or vision of those in high office, but because We the People have remained faithful to the ideals of our forebearers, and true to our founding documents.
So it has been. So it must be with this generation of Americans.
That we are in the midst of crisis is now well understood. Our nation is at war, against a far-reaching network of violence and hatred. Our economy is badly weakened, a consequence of greed and irresponsibility on the part of some, but also our collective failure to make hard choices and prepare the nation for a new age. Homes have been lost; jobs shed; businesses shuttered. Our health care is too costly; our schools fail too many; and each day brings further evidence that the ways we use energy strengthen our adversaries and threaten our planet.
These are the indicators of crisis, subject to data and statistics. Less measurable but no less profound is a sapping of confidence across our land -- a nagging fear that America's decline is inevitable, and that the next generation must lower its sights.
Today I say to you that the challenges we face are real. They are serious and they are many. They will not be met easily or in a short span of time. But know this, America: They will be met.
On this day, we gather because we have chosen hope over fear, unity of purpose over conflict and discord.
On this day, we come to proclaim an end to the petty grievances and false promises, the recriminations and worn-out dogmas, that for far too long have strangled our politics.
We remain a young nation, but in the words of Scripture, the time has come to set aside childish things. The time has come to reaffirm our enduring spirit; to choose our better history; to carry forward that precious gift, that noble idea, passed on from generation to generation: the God-given promise that all are equal, all are free, and all deserve a chance to pursue their full measure of happiness.
In reaffirming the greatness of our nation, we understand that greatness is never a given. It must be earned. Our journey has never been one of shortcuts or settling for less. It has not been the path for the fainthearted -- for those who prefer leisure over work, or seek only the pleasures of riches and fame. Rather, it has been the risk-takers, the doers, the makers of things -- some celebrated, but more often men and women obscure in their labor -- who have carried us up the long, rugged path toward prosperity and freedom.
For us, they packed up their few worldly possessions and traveled across oceans in search of a new life.
For us, they toiled in sweatshops and settled the West; endured the lash of the whip and plowed the hard earth.
For us, they fought and died, in places like Concord and Gettysburg; Normandy and Khe Sahn.
Time and again, these men and women struggled and sacrificed and worked till their hands were raw so that we might live a better life. They saw America as bigger than the sum of our individual ambitions; greater than all the differences of birth or wealth or faction.
This is the journey we continue today. We remain the most prosperous, powerful nation on Earth. Our workers are no less productive than when this crisis began. Our minds are no less inventive, our goods and services no less needed than they were last week or last month or last year. Our capacity remains undiminished. But our time of standing pat, of protecting narrow interests and putting off unpleasant decisions -- that time has surely passed. Starting today, we must pick ourselves up, dust ourselves off, and begin again the work of remaking America.
For everywhere we look, there is work to be done. The state of the economy calls for action, bold and swift, and we will act -- not only to create new jobs, but to lay a new foundation for growth. We will build the roads and bridges, the electric grids and digital lines that feed our commerce and bind us together. We will restore science to its rightful place, and wield technology's wonders to raise health care's quality and lower its cost. We will harness the sun and the winds and the soil to fuel our cars and run our factories. And we will transform our schools and colleges and universities to meet the demands of a new age. All this we can do. And all this we will do.
Now, there are some who question the scale of our ambitions -- who suggest that our system cannot tolerate too many big plans. Their memories are short. For they have forgotten what this country has already done; what free men and women can achieve when imagination is joined to common purpose, and necessity to courage.
What the cynics fail to understand is that the ground has shifted beneath them -- that the stale political arguments that have consumed us for so long no longer apply. The question we ask today is not whether our government is too big or too small, but whether it works -- whether it helps families find jobs at a decent wage, care they can afford, a retirement that is dignified. Where the answer is yes, we intend to move forward. Where the answer is no, programs will end. And those of us who manage the public's dollars will be held to account -- to spend wisely, reform bad habits, and do our business in the light of day -- because only then can we restore the vital trust between a people and their government.
Nor is the question before us whether the market is a force for good or ill. Its power to generate wealth and expand freedom is unmatched, but this crisis has reminded us that without a watchful eye, the market can spin out of control -- and that a nation cannot prosper long when it favors only the prosperous. The success of our economy has always depended not just on the size of our gross domestic product, but on the reach of our prosperity; on our ability to extend opportunity to every willing heart -- not out of charity, but because it is the surest route to our common good.
As for our common defense, we reject as false the choice between our safety and our ideals. Our Founding Fathers, faced with perils we can scarcely imagine, drafted a charter to assure the rule of law and the rights of man, a charter expanded by the blood of generations. Those ideals still light the world, and we will not give them up for expedience's sake. And so to all other peoples and governments who are watching today, from the grandest capitals to the small village where my father was born: Know that America is a friend of each nation and every man, woman and child who seeks a future of peace and dignity, and that we are ready to lead once more.
Recall that earlier generations faced down fascism and communism not just with missiles and tanks, but with sturdy alliances and enduring convictions. They understood that our power alone cannot protect us, nor does it entitle us to do as we please. Instead, they knew that our power grows through its prudent use; our security emanates from the justness of our cause, the force of our example, the tempering qualities of humility and restraint.
We are the keepers of this legacy. Guided by these principles once more, we can meet those new threats that demand even greater effort -- even greater cooperation and understanding between nations. We will begin to responsibly leave Iraq to its people, and forge a hard-earned peace in Afghanistan. With old friends and former foes, we will work tirelessly to lessen the nuclear threat, and roll back the specter of a warming planet. We will not apologize for our way of life, nor will we waver in its defense, and for those who seek to advance their aims by inducing terror and slaughtering innocents, we say to you now that our spirit is stronger and cannot be broken; you cannot outlast us, and we will defeat you.
For we know that our patchwork heritage is a strength, not a weakness. We are a nation of Christians and Muslims, Jews and Hindus -- and nonbelievers. We are shaped by every language and culture, drawn from every end of this Earth; and because we have tasted the bitter swill of civil war and segregation, and emerged from that dark chapter stronger and more united, we cannot help but believe that the old hatreds shall someday pass; that the lines of tribe shall soon dissolve; that as the world grows smaller, our common humanity shall reveal itself; and that America must play its role in ushering in a new era of peace.
To the Muslim world, we seek a new way forward, based on mutual interest and mutual respect. To those leaders around the globe who seek to sow conflict, or blame their society's ills on the West: Know that your people will judge you on what you can build, not what you destroy. To those who cling to power through corruption and deceit and the silencing of dissent, know that you are on the wrong side of history; but that we will extend a hand if you are willing to unclench your fist.
To the people of poor nations, we pledge to work alongside you to make your farms flourish and let clean waters flow; to nourish starved bodies and feed hungry minds. And to those nations like ours that enjoy relative plenty, we say we can no longer afford indifference to suffering outside our borders; nor can we consume the world's resources without regard to effect. For the world has changed, and we must change with it.
As we consider the road that unfolds before us, we remember with humble gratitude those brave Americans who, at this very hour, patrol far-off deserts and distant mountains. They have something to tell us today, just as the fallen heroes who lie in Arlington whisper through the ages. We honor them not only because they are guardians of our liberty, but because they embody the spirit of service; a willingness to find meaning in something greater than themselves. And yet, at this moment -- a moment that will define a generation -- it is precisely this spirit that must inhabit us all.
For as much as government can do and must do, it is ultimately the faith and determination of the American people upon which this nation relies. It is the kindness to take in a stranger when the levees break, the selflessness of workers who would rather cut their hours than see a friend lose their job which sees us through our darkest hours. It is the firefighter's courage to storm a stairway filled with smoke, but also a parent's willingness to nurture a child, that finally decides our fate.
Our challenges may be new. The instruments with which we meet them may be new. But those values upon which our success depends -- hard work and honesty, courage and fair play, tolerance and curiosity, loyalty and patriotism -- these things are old. These things are true. They have been the quiet force of progress throughout our history. What is demanded then is a return to these truths. What is required of us now is a new era of responsibility -- a recognition, on the part of every American, that we have duties to ourselves, our nation and the world; duties that we do not grudgingly accept but rather seize gladly, firm in the knowledge that there is nothing so satisfying to the spirit, so defining of our character, than giving our all to a difficult task.
This is the price and the promise of citizenship.
This is the source of our confidence -- the knowledge that God calls on us to shape an uncertain destiny.
This is the meaning of our liberty and our creed -- why men and women and children of every race and every faith can join in celebration across this magnificent Mall, and why a man whose father less than 60 years ago might not have been served at a local restaurant can now stand before you to take a most sacred oath.
So let us mark this day with remembrance, of who we are and how far we have traveled. In the year of America's birth, in the coldest of months, a small band of patriots huddled by dying campfires on the shores of an icy river. The capital was abandoned. The enemy was advancing. The snow was stained with blood. At a moment when the outcome of our revolution was most in doubt, the father of our nation ordered these words be read to the people:
"Let it be told to the future world ... that in the depth of winter, when nothing but hope and virtue could survive... that the city and the country, alarmed at one common danger, came forth to meet [it]."
America. In the face of our common dangers, in this winter of our hardship, let us remember these timeless words. With hope and virtue, let us brave once more the icy currents, and endure what storms may come. Let it be said by our children's children that when we were tested, we refused to let this journey end, that we did not turn back, nor did we falter; and with eyes fixed on the horizon and God's grace upon us, we carried forth that great gift of freedom and delivered it safely to future generations.

George W. Bush, el «halcón», entrega su nido al predicador del diálogo y de la paz mundial.

Los tópicos en torno a Bush y a Obama presentan personalidades opuestas, que pueden dejar de serlo cuando la nueva Presidencia entre en acción

¿Será George W. Bush recordado como el peor presidente de la historia de Estados Unidos? Sólo el tiempo lo dirá. El propio Bush advirtió hace poco a sus críticos que muchos colgaron en su día ese sambenito al presidente de la bomba nuclear sobre Japón, y hoy Harry Truman es uno de los presidentes más celebrados en los manuales de Historia norteamericana (y punto). Pero Barack Obama llega a la Casa Blanca con una formidable ventaja a su favor. No sólo porque Bush lleva muchos meses con la popularidad por los suelos, apenas un 20 por ciento en los sondeos. También porque el partido demócrata no había disfrutado de tanto poder desde la Segunda Guerra mundial. A la cómoda victoria en las presidenciales suma una amplia mayoría en las dos cámaras del Congreso.

Bush y Obama son dos personalidades en apariencia antitéticas. El último de la saga republicana encarna el fiasco en política exterior —Irak— y en economía —la peor crisis financiera quizá desde la Gran Depresión. El ex senador demócrata de Illinois representa en cambio la juventud, el talento intelectual y, sobre todo, la esperanza. Estos son, «a priori», algunos de los grandes rasgos del contraste entre el presidente saliente y el entrante:

Imaginario político

El uso de la fuerza

George W. Bush llegó a la Casa Blanca en el año 2000 avalado por una reputación de conservador moderado. La dimensión social de la política de Bush hijo ha sido evidente en materia de inmigración y de apertura de su Gabinete a las minorías raciales, pero los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 radicalizaron el pensamiento del líder republicano y su línea de acción. Desde aquel día, para George W. Bush el mundo se partió en dos, aliados y enemigos, en la fantástica batalla global contra el terrorismo, que condujo a los conflictos aún abiertos de Afganistán e Irak. ¿Será George W. Bush recordado como el peor presidente de la historia de Estados Unidos?Obama ha prometido poner fin a las guerras de los Estados Unidos, cerrar la prisión de Guantánamo —erigida ya en símbolo del «unilateralismo norteamericano» y de su uso alternativo del derecho internacional, según le convenga o no— y luchar por restablecer las relaciones amistosas con viejos aliados. El buenismo de Obama contrasta, no obstante, con algunos ramalazos de matonismo (como cuando advirtió que invadiría Pakistán si supiera que allí se esconde Osama bin Laden). En cualquier caso, su filosofía queda opacada por una percepción casi universal: el nuevo presidente va a intentar desentenderse de la política exterior para centrarse en los no pocos problemas internos. La designación de su rival Hillary Clinton como secretaria de Estado es muy reveladora.

En materia de pensamiento económico, Bush y Obama son hijos de sus orígenes ideológicos. George W. Bush, como fiel devoto de Ronald Reagan, ejerció durante sus dos mandatos una política liberal sin fisuras en materia de libertad de comercio y de reducción de impuestos. Su aval del paquete financiero de rescate de bancos y empresas de automóviles fue, al final de su mandato, un gesto de sacrificio en el altar del patriotismo, virtud que nadie —tampoco sus enemigos más acérrimos— ha negado nunca a George W. Bush.

Sensibilidad social

Ricos y pobres ante la crisis

La politica social agranda el foso entre el presidente saliente y el nuevo inquilino de la Casa Blanca. George W. Bush promovió durante sus dos mandatos proyectos a favor de la familia, el matrimonio y la defensa de la vida con medidas como la retirada de los fondos públicos a los programas de promoción del aborto o el rechazo a la investigación con células embionarias. Barack Obama votó, como senador por Illinois, a favor de los proyectos en favor del aborto o contra las limitaciones éticas a la investigación científica. En materia social, Obama pertenece al ala más estricta del partido demócrata. En Europa su parangón sería Rodríguez Zapatero, con la diferencia de que Obama no respalda el matrimonio gay. Obama ha prometido poner fin a las guerras de los Estados Unidos, cerrar la prisión de Guantánamo —erigida ya en símbolo del «unilateralismo norteamericano»Los éxitos de Bush en materia de «compasión» al legislar sobre inmigración no quitan que en el resto de los capítulos sociales su mentalidad fuera típicamente ultraliberal. En cambio, Obama es, por razones también de origen social y racial, un demócrata que cree en la lucha contra la desigualdad y la pobreza, en principio a golpe de talonario público. La meta de lograr un seguro médico universal en Estados Unidos será uno de los grandes desafíos de su Presidencia.

Las creencias

Nuevos conversos

George W. Bush llegó a la Casa Blanca apoyado por una movilización sin precedentes de los grupos cristianos evangélicos. El presidente saliente se considera un converso a la religiosidad de los llamados «born again», nacidos de nuevo, una rama del protestantismo anglosajón en la que prima la experiencia emocional sobre la razón. Esta dimensión religiosa de George W. Bush le ha valido no pocas críticas entre los sectores liberales laicistas, que le han acusado repetidamente de gobernar en política interior y exterior por «fe religiosa ciega» y no con la cabeza.
Barack Obama es también, en cierto modo, un converso tardío. Tras una infancia y juventud ajenas a la religión, abrazó el cristianismo afroamericano en Chicago, donde se bautizó a los 27 años. En cierta ocasión Obama narró su acercamiento a la religión tras descubrir su «poder para provocar el cambio social». El planteamiento pragmático de sus creencias se puso de relieve durante la campaña presidencial, cuando rompió con quien consideraba su mentor espiritual por un sermón en el que Jeremiah Wright criticaba el «poder blanco» en Estados Unidos.

El arte de hablar

De bromas a veras

Barack Obama es un árbol de Navidad para los profesionales del marketing político. Todo en él es buena planta, sonrisa fácil y cautivadora, y un verbo impecable tanto en el estrado como por escrito. A su lado George W. Bush parece un actor de comedia junto al verdadero galán de la película. George W. Bush llegó a la Casa Blanca apoyado por una movilización sin precedentes de los grupos cristianos evangélicosSin embargo, el presidente Bush lograba cercanía, tanto por sus bromas socarronas como por su lenguaje coloquial, en el que el pelo de la dehesa texana parecía haber borrado todo posible rastro del brillo bostoniano de la juventud. George W. Bush habla la jerga del ciudadano de la América profunda, especialmente el de la «Bible Belt», el sur y medio Oeste evangélico. Obama despierta admiración, pero ofrece un modelo inalcanzable para el común de los mortales. Muchos le echan en cara un elitismo propio de las clases altas de nueva Inglaterra, y un tono demasiado académico, más adecuado para las aulas de Harvard o Columbia que para la política.

Estilo de mando

Delegar o no delegar

Bush delegó todo lo que pudo —el estilo «reaganiano» lo imponía—, pero en un círculo cerrado a sus colaboradores más estrechos. Entre ellos destacaron tres: el vicepresidente Cheney, el asesor y «gurú» poítico Karl Rove, y el titular de Defensa Rumsfeld. El presidente Bush era consciente de su impopularidad en aumento, y de que gobernaba en cierto modo sólo para la mitad de los norteamericanos, pero asumió esa situación como un sacrificio que comportaba el cargo. Al igual que Ronald Reagan, mostró siempre una animadversión especial hacia los intelectuales, que alejaba de su entorno para buscar sólo el consejo de sus asesores políticos de cabecera.
Barack Obama promete, en cambio, ser uno de los presidentes menos partidistas de la Historia, y desde la campaña ha dado muestras de un estilo abierto a sectores ajenos a su formación política. Mantendrá, al menos por un tiempo, al ministro de Defensa de Bush, ha elegido a un hombre ajeno a la CIA para dirigir el servicio de inteligencia, y no deja de insistir en que buscará la «excelencia» y no la filiación política. La conciencia de sus propias dotes puede llevar a Obama a delegar menos que Bush, una tentación que llevaría al nuevo presidente a perderse en el detalle de los complejos problemas que le aguardan. El presidente Bush era consciente de su impopularidad en aumento, y de que gobernaba en cierto modo sólo para la mitad de los norteamericanos,Las raíces

Viaje de ida y vuelta

George W. Bush es un vástago de una de las familias más nobles de Estados Unidos converso al populismo, un urbanita que ha descubierto su vocación de granjero, un producto de Yale y de la Harvard Business School que parece marearse ante la letra impresa.
Barack Hussein Obama ha hecho en cierto modo el recorrido inverso. Como hijo de una mujer blanca de Kansas y de un ciudadano keniano, su destino podría haber sido el de la marginación que experimentan muchos de sus conciudadanos de raíces afroamericanas. Sin embargo, desde sus tempranos años de universidad el ex senador por Illinois tocó ya el cielo de los ambientes más exquisitos de la vida académica, gracias a sus talentos y a una apertura de espíritu adquirida durante sus años de infancia en el extranjero.

19 de enero de 2009

“La política en realidad no ha cambiado desde su invención por los griegos. Todo el juego reside en la capacidad de exponer sus argumentos de manera clara y convincente. Tener esta capacidad, para un discurso improvisado o uno preparado, es un activo de mucho valor en política",William Galston